Un
veintiuno de marzo,
del año
presente,
la muerte me
grabó con saña
en el
corazón, en el alma,
en el pecho
y en la frente
el estigma
de su guadaña.
Sus ojos para siempre se cerraron.
Sus palabras
enmudecieron.
El compás de
su corazón
se perdió en
el camino eterno.
Los pájaros
cesaron sus trinos.
Se
nublaron los cielos.
Las flores
se marchitaron.
El viento
cortó sus vuelos.
La tierra
dejó de girar.
El sol apagó
sus fuegos,
la luna su luz de reflejar.
La vida perdió su duelo.
La vida perdió su duelo.
La oscuridad
la envolvió en su manto,
Las nubes me
acompañaron en el llanto,
y la vida y
la alegría
dejaron paso al recuerdo y al quebranto,
dejaron paso al recuerdo y al quebranto,
despojándome del amor de sus brazos,
del consuelo
de sus labios,
del cobijo
de su regazo...
A las nueve
y treinta del horario
se pararon los relojes
se pararon los relojes
de todos los
campanarios.
¡Y qué yo no daría
por poder
borrar de un solo trazo
de todos los
calendarios
ese fatídico
día,
triste, lluvioso y
amargo...
del veintiuno de marzo!